UNA VEZ MÁS: CIENCIA Y RIGOR, PROSTITUIDOS

Las nuevas normas provienen de la Administración Estatal de Radio y Televisión junto con el Ministerio de Cultura y Turismo.
En teoría, buscan “controlar la calidad de la información online”.
En la práctica, buscan controlar el discurso.

👉 Si hablas bien del gobierno, te dan licencia.
👉 Si lo criticas o te sales del guion, te la quitan.

La excusa es científica: “solo puede opinar quien tiene formación”.
Pero eso convierte la ciencia en un instrumento político, en una coartada para censurar.

🪞EL REFLEJO EN OCCIDENTE

No hace falta mirar a China para ver esta lógica en acción.
En Europa —y en España— se repiten los mismos argumentos con tono educado y acento progresista.

Demasiados “tertulianos sin título”.
Demasiados “charlatanes de internet”.
Demasiada gente opinando sin pasar por las aduanas de la universidad.

Cada vez que alguien dice algo que incomoda al poder, aparece el discurso del “experto acreditado”.
La censura ya no se llama censura: se llama “falta de cualificación”.

Y así se instala una idea peligrosísima:
que el conocimiento solo existe si el Estado lo certifica.

Pero los grandes avances —científicos, filosóficos o morales— no salieron de oficinas de acreditación, sino de personas que pensaron sin permiso.
Cuando el Estado convierte la titulación en filtro de expresión, convierte la libertad en un privilegio.

Detrás de la palabra “cualificado” se esconde otra palabra que nadie quiere decir: obediente.